viernes, 29 de junio de 2012

Casablanca (Casablanca) - (1942) - (Director: Michael Curtiz)




TÍTULO ORIGINAL: Casablanca

AÑO: 1942
DURACIÓN: 102 min.
PAÍS: EE.UU.
DIRECTOR: Michael Curtiz.
GUIÓN: Julius J. Epstein, Philip G. Epstein, Howard Koch (Obra: Murray Burnett, Joan Alison).
MÚSICA: Max Steiner.
FOTOGRAFÍA: Arthur Edeson.

REPARTO:
Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt, Sydney Greenstreet, Peter Lorre, S.Z. Sakall, Madeleine LeBeau, Dooley Wilson, Joy Page, John Qualen, Leonid Kinskey, Curt Bois, Ed Agresti, Marcel Dalio, Enrique Acosta, Louis V. Arco, Frank Arnold, Leon Belasco, Nino Bellini, Trude Berliner, Oliver Blake

PREMIOS:
1943: 3 Oscars: Mejor película, director, guión adaptado. 8 nominaciones

SINOPSIS:
Durante la Segunda Guerra Mundial, Casablanca era una ciudad a la que llegaban huyendo del nazismo gentes de todas partes: llegar era fácil, pero salir era casi imposible, especialmente si el nombre del fugitivo figuraba en las listas de la Gestapo. En esta ocasión el principal objetivo de la policía secreta alemana es el líder checo y héroe de la resistencia Victor Laszlo, cuya única esperanza es Rick Blaine, propietario del 'Rick’s Café' y antiguo amante de su mujer, Ilsa. Cuando Ilsa se ofrece a quedarse a cambio de un visado para sacar a Laszlo del país, Rick deberá elegir entre su propia felicidad o el idealismo que rigió su vida en el pasado. 

COMENTARIOS:

“Hay valores por los que merece la pena hacer sacrificios”, así define el guionista Howard Koch la esencia de una película de las de antes pero con vibración de eternidad. El paso de los años se revela anecdótico en historias que, como ésta, no han sido concebidas para definir una época, sino para estremecer el corazón del hombre. Casablanca es un clásico sencillamente porque lo que en ella está en juego –ese puñado de valores de los que habla Koch- siempre interesa, y atrae, y emociona. Y si la historia del Rick’s Café Américain vino a convertirse en el paradigma del romanticismo, no es menos cierto que desde su alumbramiento allá en 1942 quedó también inventada una nueva terapia contra la desesperación, una medicina que conviene recetarse cuando perdemos algo de eso que podemos denominar confianza en la condición humana.
El argumento, mil veces conocido, narra mucho más que el re-encuentro de dos amantes en el exilio bajo el sonido de las notas de un piano (“play it, Sam”). Rick e Ilsa sufren el shock emocional de contemplarse de nuevo tras su adiós en París, pero ese golpe –¿cruel?– del destino coincide con la efervescencia de un oasis –“vine aquí a tomar las aguas”, dice Bogie– donde hombres y mujeres buscan una improbable libertad, no únicamente política, sino personal. En realidad, Casablanca se convierte en territorio de redención, y el garito de Rick en refugio de los olvidados, en su primer peldaño hacia el paraíso. La atmósfera multiforme del local es tan rica como la amalgama de sus caracteres humanos: rateros, gendarmes, asesinos, contrabandistas, enamorados, ludópatas... Pero la esperanza es siempre la misma. Y hasta el anhelado viaje a Lisboa, cede todo su protagonismo a la propia espera, a una promesa configurada en actitudes de amor, odio, juego, cinismo, amistad, patriotismo –allons enfants de la patrie…–, recuerdo e hipocresía.
La película debe su existencia a Hal B. Wallis, reputado productor de la Warner. Los hermanos Julius y Philip Epstein se encargaron de escribir el guión a apartir de la obra de teatro “Everybody Comes to Rick’s”. Y lo bordaron. Su repertorio de diálogos rebosa de cuerpo y alma, de humor sutil y elegante. Y el tercer guionista, Howard Koch, introdujo en el protagonista su faceta de hombre duro y misterioso, con ese aire pesimista de escéptico en horas bajas… Max Steiner orquestó una música tomada de canciones populares, como la ya mítica As Time Goes By. Y todo lo combinó a la perfección el director Michael Curtiz, quien hizo de Casablanca un género cinematográfico en sí mismo, mezcla de drama, melodrama, comedia, romance, aventura y película de guerra.
Y, sin embargo, Casablanca es por encima de todo la portentosa pasión de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman. Sus primeros planos casi desprenden electricidad y las palabras “Here’s Looking at You, Kid!” se han convertido desde entonces en un talismán, en la fórmula mágica del amor eterno. Probemos también nosotros y digamos despacio, copa en mano, saboreando las sílabas: Va por ti, nena...
Maravillosa es la galería de personajes que se reúnen cada noche en el local de Rick Blaine. Ahí están el cínico y oportunista capitán Renault (impagable Claude Rains), el noble marido Victor Laszlo (Paul Henreid), el fiel amigo Sam (Dooley Wilson), el pobre y mediocre Ugarte (Peter Lorre), el gordo Ferrari (Sydney Greenstreet), el entrañable Carl (S.Z. Sakall) y el “ruso loco” Sasha (Leonid Kinskey). Todos ellos contribuyen a lograr el ambiente verdaderamente inolvidable del Rick’s Café Américain.

Apuntes y curiosidades:

¿Quién no se enamoró de Casablanca al verla por primera vez?, y por segunda, por tercera o por vigésima. El poder de seducción de la película que el Instituto de Cine norteamericano (AFI) consideró como la mejor del siglo después de Citizen Kane (El ciudadano, 1941) sigue intacto. De todas las ganadoras del Oscar®, Casablanca (Casablanca, 1942) es quizás la única que es al mismo tiempo un éxito de taquilla y un film de culto, amada igualmente por los críticos, los cinéfilos y el gran público del mundo entero. En la década del ’70 fue la película favorita de los campus universitarios en Estados Unidos, en los que un público que no había nacido cuando la película se estrenó llenaba las salas para aplaudir determinadas escenas y líneas de diálogo y estremecerse con el intercambio de miradas entre Rick Blaine y su amada Ilsa.
Hoy nos cuesta creer que durante la filmación casi todos los participantes estaban convencidos de que la película iba a ser un desastre y que cuando recibió el Oscar algunos críticos se indignaron de que un “típico producto hollywoodense” se llevara un premio que según ellos debió recibir In Which We Serve (El hidalgo de los mares, 1943).
Una prueba más de que el establishment crítico suele engañarse con respecto a los méritos o perdurabilidad de las  obras que juzga.
Puestos a buscar las razones de la magia indudable de “Casablanca”, una de las principales es tal vez que la película no puede catalogarse en un género determinado, o mejor sería decir que reúne los mejores elementos de diversos géneros: es al mismo tiempo una película romántica, un thriller de suspenso, un film noir, un drama bélico y un folletín de aventuras, y hasta tiene momentos de comedia. Para todos los gustos.
Pero quizás lo que más contribuyó a su legendario encanto es el hecho de que en este caso todos los aspectos positivos del sistema de Hollywood funcionaron a la perfección. Hal Wallis, el productor, consiguió ensamblar un equipo de profesionales de primer nivel en todos los rubros. El guion, cuya historia pasaremos enseguida a reconstruir, estuvo en manos de diferentes especialistas, cada uno de los cuales le aportó lo que mejor sabía escribir; la dirección estuvo a cargo de uno de esos “artesanos” que eran capaces de llevar a buen puerto cualquier material: Michael Curtiz, a veces soslayado por la crítica, pero con una filmografía que se defiende sola. Basta citar, a manera de ejemplo, a Captain Blood (El capitán Blood, 1935), The Charge of the Light Brigade (La carga de la brigada ligera, 1936) The Adventures of Robin Hood (Las aventuras de Robin Hood, 1938), Four Daughters (Cuatro hijas, 1938), Angels With Dirty Faces (Ángeles con caras sucias, 1938), The Sea Hawk (El halcón de los mares, 1940), The Sea Wolf (El lobo del mar, 1941) Yankee Doodle Dandy (Triunfo supremo, 1942) y Mildred Pierce (El suplicio de una madre,  1945).
Y sobre todo, ese elenco incomparable: Humphrey Bogart, definiendo para siempre ese personaje duro pero vulnerable en el fondo que había estrenado en The Maltese Falcon (El halcón maltés, 1941). Ingrid Bergman, con esa espiritualidad que trascendía su considerable belleza y la hacía irresistible. Paul Henreid, un dechado de dignidad. Claude Rains, en su mejor versión del hombre de mundo cínico y amoral que nos sorprende con una imprevista hidalguía. Conrad Veidt, la personificación del nazi arrogante, un villano perfecto para temer y odiar. Sydney Greenstreet, transmitiendo decadencia y corrupción en cada pequeño gesto de Ferrari, primo hermano de su Kaspar Gutman, también de The Maltese Falcon. Peter Lorre, otro vínculo entre los dos clásicos, añadiendo otra rata (pero esta vez con un lado heroico) a su galería de personajes sinuosos. Algunas viñetas recordables: S.Z. Sakall, Marcel Dalio, Leonid Kinsky, Joy Page, Helmut Dantine, Curt Bois, Madeleine LeBeau. Y por fin Sam, que canta “Según pasan los años” mejor que nadie, que le retruca líneas al mismísimo Bogart, y que le asegura su cuota de inmortalidad a Dooley Wilson.
Ese elenco perfecto pudo haber sido muy diferente, y en general mucho menos interesante, si algunas propuestas de casting hubieran prosperado. La primera publicidad que acompañó a la compra del libro (una obra teatral inédita) hablaba de Ronald Reagan, Ann Sheridan y Dennis Morgan como el terceto central. Se barajó el nombre de George Raft para el personaje de Rick Blaine, el de Joseph Cotten como un posible Victor Laszlo, y los de Hedy Lamarr y Michèle Morgan para Ilsa. Incluso en un momento se pensó en un cambio de sexo para el personaje de Sam, que pudo haber interpretado nada menos que Ella Fitzgerald.
Cuando uno piensa en qué podría haber resultado si se hubieran cometido algunas de esas modificaciones en el reparto, tiene que convenir en que Casablanca es, como han comentado muchos, un feliz accidente.
Muy poca gente se acuerda hoy de Murray Burnett y Joan Allison, pero en honor a la justicia todo empezó con ellos, los autores de una obra teatral llamada “Everybody Comes to Rick’s”, la historia de un norteamericano exiliado en Casablanca que termina envuelto en una intriga en la que participan su ex amante, un líder de la resistencia antinazi, un oficial francés de Vichy y un capitán alemán. La historia básica es la misma que la de la película, con dos variantes significativas: en el original el amor perdido de Rick es una americana de dudosa reputación llamada Lois Meredith (de ahí que haya circulado el nombre de Ann Sheridan para el papel) y al final el héroe termina en la cárcel.
El libro llegó a la Warner Brothers el 8 de diciembre de 1941, un día después del ataque a Pearl Harbor. Uno de los lectores del estudio, Stephen Karnot, lo recomendó a Hal Wallis, entonces uno de los principales productores de La Warner, que dos semanas después dio luz verde al proyecto.
La obra pasó por varias manos en el proceso de adaptación: después de una pulida inicial a cargo de los guionistas Aeneas McKenzie y Wally Kline, Wallis designó a los mellizos Julius y Philip Epstein como responsables del libreto. Los hermanos tenían un don para el diálogo irónico y mordaz, y muchas de las líneas inmortales de Casablanca (“los sospechosos de siempre”, “soy sólo un pobre oficial corrupto”, “vine a Casablanca por el agua”) son de su cosecha. Habían trabajado antes con Claude Rains y re-escribieron el personaje de Renault (Rinaldi en el libro original) con el actor en mente.
En tanto, Wallis designó al director, Michael Curtiz, y el elenco fue tomando forma. Algunas decisiones al respecto influyeron en el guion: cuando Wallis negoció con David O. Selznick la contratación de Ingrid Bergman para el principal papel femenino, Lois Meredith se transformó en Ilsa y el personaje fue re-escrito para hacerla no solamente europea sino también idealista y más etérea, de acuerdo con la personalidad de la actriz. Curtiz recomendó que el villano tuviera más entidad, y así el capitán Strasser del libro original fue ascendido a mayor y cobró más peso y amenaza.
Humphrey Bogart aceptó el papel de Rick pero pensaba que el personaje todavía no estaba bien desarrollado, a partir de lo cual Wallis incorporó a Howard Koch al equipo de guion. Koch, que había sido el adaptador de la célebre versión de “La guerra de los mundos” de Orson Welles, trabajó en la historia previa del personaje y le dio un perfil más heroico y más comprometido políticamente, incorporando su actuación en la guerra civil española y en Etiopía. También fue estableciendo la posición de Renault, que en definitiva daría pie a la célebre vuelta de tuerca final.
En este punto Hal Wallis le pasó el guion a Casey Robinson, uno de los especialistas en melodrama de la Warner, que había escrito varias de las aventuras que protagonizaba Errol Flynn e historias románticas para Bette Davis. Robinson fue el responsable del flashback de París y replanteó el encuentro de Ilsa y Rick en el departamento de él en Casablanca.
Aunque el final todavía no estaba resuelto, la filmación empezó el 25 de mayo de 1942. La confusión sobre cómo iba a terminar la historia influyó en la actuación de Ingrid Bergman, que al no saber con quién iba a quedarse transmitió la misma inseguridad a su personaje.
Nadie estaba conforme con la solución de la obra: Rick deja escapar a Ilsa con Laszlo y se entrega a las autoridades, que lo encarcelan. Con Estados Unidos en guerra, el protagonista no podía tener un final tan deslucido. Las posibilidades más claras eran : 1) Rick promueve el escape de Ilsa y Laszlo y muere heroicamente cubriendo la huida; 2) Se produce un enfrentamiento en el aeropuerto, Strasser mata a Laszlo, Rick mata a Strasser y se queda con Ilsa. Ninguna de las dos versiones lo convencía a Hal Wallis: en una terminábamos con Bogart muerto y en la otra, si bien había un final feliz, se minimizaba la causa al eliminar al personaje que encarnaba la resistencia al régimen nazi.
A esta altura el guion volvió a manos de los mellizos Epstein, para trabajar el último acto de una vez por todas. Según la leyenda, los dos volvían del estudio después de haberse devanado los sesos tratando de encontrar un final satisfactorio, y detenidos en un semáforo dijeron a la vez: “¡Los sospechosos de siempre!”. La solución era hacer intervenir a Renault a favor de Rick y de esa manera podía terminar la película con el renunciamiento del héroe y el triunfo final de los buenos. De paso el tono agridulce esquivaba el “happy ending” convencional.
Con el tema arreglado, la filmación siguió adelante y finalizó el 3 de agosto. Aún había un detalle pendiente: la línea final no estaba escrita. Deliberadamente Curtiz había elegido un plano general de Rick y Renault de espaldas para dar margen a insertar cualquier entrada de diálogo en un doblaje posterior. Había cuatro posibilidades para la respuesta de Rick a “los diez mil francos deberían cubrir nuestros gastos”, de Renault:
1.- Louis, empiezo a ver la razón de tu repentino ataque de patriotismo. Al defender a tu país, estás protegiendo tu inversión.
2.- Si llegas a morir como un héroe, Dios proteja a los ángeles.
3.- Louis, debería haber previsto que ibas a mezclar tu patriotismo con un poco de interés.
4.- Louis, creo que éste es el comienzo de una hermosa amistad.
Con muy buen criterio, Wallis terminó decidiéndose por la última (que él mismo había ideado).

Casablanca es una de las películas con mejores diálogos en toda la historia del cine, en lo que reside una buena parte de su atractivo. Algunas citas:

UGARTE (Peter Lorre): Usted me desprecia, Rick, ¿verdad?
RICK: Si alguna vez pensara en usted lo despreciaría.



YVONNE: ¿Dónde estuviste anoche?
RICK: Fue hace tanto tiempo que no me acuerdo.
YVONNNE: ¿Te veré esta noche?
RICK: Nunca hago planes con tanta anticipación.



RENAULT: A veces me pregunto por qué no vuelve a Estados Unidos. ¿Se robó los fondos de una iglesia, se escapó con la mujer de un senador o mató a alguien?
RICK: Es una combinación de las tres cosas.
RENAULT: En nombre del cielo, ¿qué lo trajo a Casablanca?
RICK: Mi salud. Vine a Casablanca por el agua.
RENAULT: ¿El agua? ¿Qué agua? Si estamos en el desierto.
RICK: Me informaron mal.



STRASSER: ¿Cuál es su nacionalidad?
RICK: Borracho.


RICK: Si es diciembre de 1941 en Casablanca, ¿qué hora es en Nueva York?
SAM: No sé. Se me paró el reloj.


RICK: Este revólver apunta a tu corazón.
RENAULT: Es mi punto menos vulnerable.


Hay que recordar que nadie (ni Rick, ni Ilsa) dice nunca en la película “Tócala de nuevo, Sam”. Otras líneas pasaron a formar parte del folklore universal, como el intraducible brindis de Rick a Ilsa (“Here’s looking at you, kid”), toda la tirada final en la despedida entre los dos, especialmente “We’ll always have Paris”, y la famosa salida de Renault después del clímax: “El mayor Strasser ha sido asesinado. Arresten a los sospechosos de siempre”, amén de la inmortal frase de cierre. En “Cuando Harry conoció a Sally”, Billy Crystal comenta: “es la mejor línea final de una película de todos los tiempos”.

Tráiler:

Calificación: Extraordinaria.

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